domingo, 14 de diciembre de 2014

Ciclo.

Luego de cinco minutos del fin de aquél estruendo la mente se induce un estado de ebriedad intencional. El silencio del aire ahora es más ruidoso que el silencio del pensamiento. Las aguas se disfrazan de calma y sólo son un nuevo tipo de infierno más presentable; él deshace y hace a voluntad. Parece perverso, y de hecho, es el más necesario.

El raciocinio exagerado ha cesado su rugir; su pensamiento, para dar paso a un frío incómodo que no se sabe de donde viene. Sólo quedan preguntas que se presentan tímidamente en la puerta y pronto salen corriendo, aunque el eco de su vibrar queda flotando en el aire de esa laguna oscura y sin orillas. Repentinamente ese calor, aunque desgraciado, dotado de lucro, ha dejado de existir.

El detalle primordial: el hielo te quiebra, pero no destruye. Y el calor consume, dejando entrar y creando nuevos personajes.

Yace sin pensar, sin moverse, sin siquiera hacerle cosquillas al estómago. ¿Qué es lo que está planeando? Luego de presentar a la rutina frente a ella y arropar todas las dudas, ¿es que el desasosiego extraviado es mejor que una lágrima desvivida por su causa? Y entonces como una sucesión perversa la mente vuelve a añorar el sentir, la espalda erizada sin su manto y el deseo de que acabe. El cerebro conoce de locura, lo que mejor hace se repite a la espera de un resultado que lo satisfaga.

Pero es el equilibrio torpe que sólo ella sabe manejar. Es ella agregándole el elemento oportunista del alma y dándose un descanso, y luego echándola a un lado para arreglar su desorden, o para clasificarlo. Las modalidades de la agonía reflejadas en el desinterés y a la vez en ese afecto desmedido. 

El señor infierno leva anclas para echarse a andar vestido con otro disfraz, vive de su faena. No se cansa.

Lunares.

Hacían quinientos años desde el último vestigio de luz que intentó tocar su piel, y ahora su piel sufre si se ilumina, como quien ama al sol, pero teme quemarse. Demasiadas personas se colocan de por medio, entramándose en una pared tan gruesa como aquél deseo. Las falsas luces hacen su estelar aparición. Las falsas lucen le han dejado cicatrices.

Si quieres ataja su mirada. Está danzando por ahí. Lo podrás ver dentro de sí mismo. Lleno de risas. Lleno de felicidades dolorosas. Lo podrás ver agachado, pequeño, aterrado, pero con tan fuertes brazos capaces de soportar la cúpula que él mismo ha construido.

Aunque los ojos parezcan una mancha impenetrable, es aquella negrura la más experimentada en absorber cada detalle; sortearlo, admirarlo. 

Son los lunares la muestra más perfecta de que una obra de arte es capaz de dibujarse en el cuerpo. 
El lunar propio, y el lunar desconocido.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Elegía de lo nunca obtenido.

Que lo encontraran, soñaba.
Que un par de hombros accediera,
a la trabajosa y a la vez simple,
tarea de comprender
misterios que viven muertos,
nudos que sólo aprietan.
Que un par de ojos sucumbiera,
a la sublime holgura,
de una mirada que no deja ir.

sábado, 11 de octubre de 2014

No sólo somos reggaeton y "marico, güevón".

Hace varias semanas me había encontrado a mí mismo estudiando posibilidades fuera de este estanque denominado —o eso dicen— por el afortunado señor Américo Vespucio como pequeña Venecia; Venezuela.

Un futuro más allá de los límites de este pequeño infierno multi-ambiental y cultural que, más que en algún otro momento de su historia, no está más que lleno de un caos controlado y sueños desatendidos por la realidad, había sido lo más sensato considerando las aspiraciones que sostengo. Aspiraciones que al parecer crecen obedeciendo algún comando de reproducción descontrolado. 

Nuestro mañana parece estar eternamente desvanecido, y a la vez se vuelve un lienzo mucho más blanco que cualquier otro. Estamos a merced de nuestra propia idiosincrasia sobre y subdesarrollada al mismo tiempo. Una idiosincrasia que ha sido nuestra propia destrucción y salvación. 

Sí, otro país; otro hogar. Una buena opción.
¿No?

Las horas se me han ido pensando en eso; tantas noches me he desvelado como un inútil hasta horas más tardías —o tempranas, dependiendo de la perspectiva— de las que me siento cómodo admitiendo; tanto ha influido en mi humor y en mi concentración. El nudo aún sigue bastante enredado, como esos con los que te pasas horas y horas intentando que no te ganen. 

Pues es un simple dilema que combina cien horas de un tema, y cien horas de otro. 

¿Quiénes seremos cuando nos entierren, nos cremen o quién sabe qué harán con nuestro cuerpo? Siempre he dicho que la forma más efectiva de la inmortalidad es ser recordado; dejar un cambio y sentar las bases para algo valioso, sea al nivel que sea. Realmente, a estas alturas de mi bastante joven vida, y con las cosas que he visto y leído, ser una influencia mundial no es más que una aspiración egocéntrica y un tanto superficial.

He descubierto que hay temas que en mi mente pueden dar tantas vueltas sin tener nauseas, sino que me las causan a mí. Mi concepto de la vida es que debe tener acarrear un propósito; no uno que se nos asigne, sino el que uno mismo elija. ¿No es esa la belleza de la libertad y de, ciertamente, estar vivo? No quisiera morir habiendo sido infeliz o pasado desapercibido. En la Venezuela que he vivido, en la que he sufrido, con las personas que he hablado, a quienes he visto en dificultad, a quienes he visto triunfar, a quienes he visto hacer un mal, una Venezuela con la que contraje —y puedo decir: contrajimos— matrimonio desde el momento en el que nací, hacer un cambio en ella y nuestra relación hasta ahora dañina, es, sin duda, imperativo.

Si esta Venecia fuera pequeña ya no tendría cabida para la cultura e historia enterrada tan debajo de la tierra por nuestro ajetreado vivir. Venezuela es el esplendor oculto. Es una gema opacada que aún sigue viva entre excelsas montañas, selvas húmedas y llanuras. Hoy lloramos nuestros muertos a la par de que lloramos de la risa con las bromas que nos caracterizan. 

Y si debo volverme bromista para lograr un cambio, que así sea. Aunque lo ideal sea influir con haciendo algo que me guste.
Esa, ahora, es la posibilidad que más que estudiarla, me convence.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Cartas que sólo a ti te escribo.

Sólo me hago una única y, ciertamente, persistente pregunta. 
Si se va, vuelve. Si me voy, me persigue.

¿Qué se necesita? ¿Qué necesito?

Los veo a todos pasar. Se deslizan a mi lado y los observo: cada defecto y cada virtud que, a simple vista, puedo observar. ¿Qué impresión se forma en mi mente? Imagino de todo, pienso de todo y, para el momento en el que la realidad vuelve a caer, lo hace de golpe, como un yunque.

Pareces ser una foto más de la estantería. No te escondas.

No lo hago.
Créeme.

Me quita el sueño. Mi estómago se revuelve cada noche un poco más, junto con el poder de mis pensamientos. Pensamientos que lo destruyen todo; todo de mí. Y ese remolino no se interesa en cederle el paso a la calma. Porque el único testigo de mi silente ruido es la propia figura de mi desgracia frente al espejo, que aún espera a volar en pedazos. Cada sonrisa que entrego parece ser salida de esa fábrica, dominando el arte de crear cosas de la nada; de ahí proviene.

El pasado me ha gritado que intente mantener la calma, comprarle un poco más de paciencia al tiempo y dejar de observar el caudal. La apariencia puede susurrarte palabras; tal vez apartarle el paso a una mirada de la aún viva felicidad baste, pero en mi mente esa fotografía con deseos en su reverso permanece.

Oh, qué diferencia haría.

Y a cada momento en que una lágrima intenta deslizarse entre las marcas invisibles de mi rostro intento convencerme que no... no soy amigo de esas siluetas desgraciadas e invisibles, aunque las tenga a mi lado y sepa exactamente dónde están.

Pero sí lo soy. Un acompañante; relleno de vacíos, con más vacíos.
Y luego me repito: ¿Qué necesito? 

¿Cómo te cambio?

Sólo te divisan ojos capaces de ver luces tenues.

jueves, 28 de agosto de 2014

Nuestro ordenado desorden.

Y así, me doy cuenta de que hay demasiadas almas en desahogos ahogados. Demasiados compañeros ausentes. Demasiadas padencias inentendidas, sin un sólo oído que capte sus aullidos. Demasiados sueños acechados por ánimas sin rostro, en cambio imágenes de nuestros profundos deseos. Permanecen ahí, buscando dónde pinchar, por ser lo que son: sueños. Nada más.

Los repudiamos y a la vez los queremos. Mucho.

Sueños que viven en nuestra mente y que, con sus acompañantes desgraciados, le pagan infortunadas visitas a nuestros ojos y corazón.

Una imagen de absurdos sobrecargados de importancia. Sólo nosotros conocemos nuestro desorden.

domingo, 20 de julio de 2014

Carta a la difunta infinidad.

Sin duda el escrito más oscuro que he escrito. Mi imaginación no trabajó lo suficiente como para detallar mucho la historia. Creo que es más el estado emocional del protagonista hecha párrafos. De cualquier modo, aquí va:


Veinticinco días han pasado, y mi cama ha tenido una vida más interesante que la mía en ese tiempo, aunque sólo sostenga a un ser miserable. Un pequeño vestigio de luz se cuela entre las cortinas, y ya es suficiente para molestarme. La habitación sufre el taladrar de la oscuridad y el alcohol evaporado parece formar una nube invisible y densa que atrapa cada pensamiento racional que pueda provenir de mi mente.

Sólo hace un mes mi vida parecía ser un ejemplo para otros.
Ahora mi cara es tan neutral como el color de mi existencia; como ese gris que me persigue.
Y tú, mi pequeña, eres la única capaz de quitármelo de encima, pero no quieres que eso pase. No te culpo. Sé que mi cara te repugna, me lo demuestra tu reacción cada vez que me acerco a ti.

No te culpo.

¿Cómo algo tan sencillo puede empujarte y hacerte caer desde la cima del mundo hasta el suelo, tal vez más allá? 

Podrán decir lo que quieran. Cualquier palabra de apoyo será inútil. Fue mi culpa, y de más nadie.  Esa sonrisa hermosa y su mirada tierna y sincera ahora se ha esfumado. El rugir caluroso de su alma amainó súbitamente, todo gracias a mí. Ahora sólo queda el frío, siluetado por las lágrimas que se deslizan por mi rostro. 

Se ha ido. Logré que ella, quien desde su niñez no era más que un espléndido remolino de entusiasmo y alegría, me odiara. Su inexpresividad me acecha en cada esquina y temo que destruya su ser. Nos separan infinitos kilómetros de resentimiento acumulado y sazonado con las ansias de una nueva vida, lejos de mis abrazos, que sin yo saberlo se convirtieron en filosas cuchillas.

¿Qué hago para recuperarte? ¿Cómo sabrás lo inmensamente arrepentido que me siento sin que estés en mi mente y cuando, cada vez que me acerco, corres en dirección contraria a mí? 

Nada de ésto logrará su objetivo, ya lo creo, o al menos eso es lo que me dice el único espectador de mi desgracia. De a momentos me ha parecido que me habla, rompiendo el silencio de su penetrante mirada, sólo para empujarme más abajo en el suelo; tan abajo que ni yo mismo me podré ver.  Ya no te podré recuperar, y mi vida carece de sentido sabiendo que no me amas como antes lo hacías; como cuando pronunciabas la frase «te amo» torpemente, sin saber qué significaba y con una sonrisa adorable dibujada en tu rostro.

Te destruí y en el proceso me hice pedazos. ¿O fue al revés?

Sólo sé que con el silente espía de mi decaimiento clavado en mi estómago, por fin dejaré de escuchar. Ni mi llanto ni mis pensamientos resonarán.

Por fin, paz; trágica y deshonrosa, pero paz al fin.

lunes, 7 de julio de 2014

Entre infiernos decorados, una tienda de flores.

El sol nace, nuevamente, alzado por su orgullo caluroso e intimidado por la autoridad de las nubes. Lentamente el rugir del ajetreo empieza a resonar, como un eco de días pasados. La rutina empieza a invadir cada inoportuno y desdichado lugar a donde debe ser recibida; abrazada con hipocresía, besada en la mejilla con la menor intención. Afortunados aquellos quienes la echan a un lado y buscan ese pedazo de oro que se esconde detrás de ella.

Desde lujosos personajes hasta los más modestos actores; desde bailarines a borrachos que no sólo arrastran sus pies. Todos caminan entre cráteres calientes, llenos de lava. Todos danzan la misma coreografía; unos torpemente, otros con elegancia.

Pero todos viven el mismo infierno.
Todos sonríen dentro de un caldero oscuro.
¿Cómo lo hacen?
¿Cómo lo hago?

Entre las grietas de las áridas tierras de esos infames nueve círculos de terror, con sorpresa, ocasionalmente observo el surgir de árboles majestuosos, que parecen lanzar infinitas pinceladas de sus mejores colores. La melodiosa armonía de las hojas golpeando unas a otras sin la menor preocupación despeja el ambiente, y por momentos pienso estar en el paraíso. 

Y me quedo mirando, parado e inerte. El mundo se mueve a mi alrededor, siguiendo su camino; bailando su coreografía. No hay un espectáculo que pueda ver más veces que éste. Desde los pequeños detalles tallados con fuerza y hechos escultura; los ángeles convertidos en melodías que recorren los pasillos; las palabras de cariño que acarician el alma; las pasiones que nos acompañan hasta la muerte; las pinceladas de una mano drogada por los sentimientos; desde los atardeceres ajetreados, pero con una incesante tranquilidad, hasta la marcada figura de una sincera sonrisa.
De a momentos pierdo el sentido del espacio, olvido donde estoy. Desayuno fantasías y almuerzo felicidades. Dejo de vivir en ese infierno para revolcarme en el lodo sin la menor preocupación, como un niño pequeño.

lunes, 16 de junio de 2014

Aquí irá el título de este escrito, cuando lo tenga.

A falta de analgésicos, música.
A falta de libertad, imaginación.
A falta de imaginación, libertad.
A falta de sentimientos, experiencias nuevas
A falta de novedades, caminatas sin rumbo.
A falta de pensamientos, cambio de ángulos.
A falta de belleza, días grises.
A falta de grandeza, el pasado.

Y cuando creas que no te falta nada,
Siempre hay algo más que buscar,
Porque lo desconocido es infinito,
Lo conocido es poco,
Pero conocer es sublime.

Conoce.

Simplicidad.

Somos una gran discusión de hebras retorcidas y enredadas, sumergidas en un mar de vida y muerte; de creación y destrucción, de cambios, de giros bruscos. Somos humanos, y por dentro somos tan complicados como la mente de un gran artista. Me aventuro a decir que somos una obra de arte.

Pero las obras de arte siempre proyectan algo simple: una imagen, un motivo, a pesar de llevar tantos sentimientos, intenciones, historias y pinceladas que bien pudieron haberse resbalado entre lágrimas, o saltado entre cantos de felicidad. Lo que está debajo de nuestra superficie es una gran ciudad, dinámica y turbia. Y sin embargo, llegado el momento, nos reducimos a nada; nos desnudamos y nos volvemos puros.

En esos momentos nada importa. Ignoramos aquellas joyas que colocamos en nuestro cuerpo a la espera de que ojos inexperimentados vean su brillo, sin saber que quienes sí saben ver aprecian la belleza hasta en su más mínima expresión; aquella belleza desarreglada, recién despertada y vistiendo pijamas. 

Es la simplicidad lo que la eleva hasta más allá de las estrellas. La piel tersa, caliente y viva. Las mejillas reflejando el ferviente rojo de nuestro corazón. Nuestros labios recorriendo cada extremo del planeta con su sonrisa. Y nuestra mirada perdida entre el ocaso del cielo y la línea del horizonte.  No hace falta más nada, y nunca ha faltado.

¿O es que acaso no nacemos puros?
La naturaleza tiene demasiada belleza contenida en ella como para que el humano se atreva a querer crear una propia para suplir la falta. Como si faltara de eso en este mundo.

Vamos, que sí es posible apreciar las cosas hermosas, incluso cuando están despeinadas.

domingo, 8 de junio de 2014

¿Desilusiones?

Hacía un día extraordinario afuera, aunque los reporteros del clima no dirían lo mismo. El frío arropaba cada centímetro de mi piel y me hacía sentir en una cúpula de comodidad. El metal del cielo hacía que cada objeto proyectara una sombra tenue, casi artística.

Este clima me encantaba, y sin embargo me sentía incómodo.


Luego de quince minutos después de que la camarera me entregara mi café, éste no se había movido ni un centímetro. Pasó de humear de una manera que casi igualaba a las nubes del cielo a ser un lago marrón en medio de mi mesa. Aquella mujer seguía sentada, observando por la ventana la infinidad de las gotas, y el mundo que reflejaban. Su mirada parecía perdida, pero creo que éso es lo que aseguraría una persona que no sabe ver la belleza de las cosas, hasta las más mínimas.

Sólo si ella supiera que no sólo las gotas reflejan un mundo hermoso. Ella parecía reflejar todo eso y más. 
Al menos eso me parecía a mí.

Son muy pocas las veces, en la vida de alguien, en que una persona totalmente desconocida y extraña puede provocar ese tipo de sentimientos. La belleza de su rostro, la suavidad de su postura y lo sublime, humilde y sincero de su mirada hacían en mi estómago un revoloteo de mariposas y en el pulso de mi corazón unas ganas inmensas de que mis latidos le pertenecieran.

Aunque sea una desconocida, —puede ser todo lo contrario de lo que pienso— algo me dice que estoy en lo correcto.

Luego de quince minutos más de una meditación infinita, de ejercicios mentales orientados a no estropear el momento a venir, me decidí. Debía hablarle, debía interceptar su mirada infinita y dirigirla a mis ojos. Tenía que hacerlo, sino mi propia mente no me dejaría tranquilo.

Me armé de valor y me despojé de la —sinceramente ridícula— silla de la cafetería, y caminé hasta ella. Se encontraba a unas tres mesas de distancia, con la cabeza tan cerca de los ventanales del local que pareciera que estuviera apoyada en las gotas de agua. Finalmente me acerco a ella.

—Eh, hola. Normalmente no hago esto, pero quisiera sentarme contigo. — Le dije sin más.

Esas fueron mis palabras, creo que fue la peor línea que pude haber aplicado para sentarme en la misma mesa que una hermosa mujer ocupa. Sin embargo su reacción fue inesperada. Sin cruzar a la línea del desinterés, dejó de mirar la lluvia, para darme una leve sonrisa y darme permiso para tomar asiento. Antes de que tuviera tiempo de responder ya ella había volteado a apreciar la ciudad, que pasada la tormenta, volvía a sus actividades cotidianas.

—Nunca he entendido por qué le dicen «mal clima», a mí me parece hermoso. —Balbuceó ella.

Me aventuré a responder lo que por mi mente pasara con respecto al tema, que no era mucho, pero continué la conversación. Nunca me imaginé que de esa pequeña semilla, que parecía tan estéril como la tierra del desierto, pudieran nacer tantos temas de conversación agradables. Me encantaba que ella apreciara los días lluviosos tanto como yo.

Luego de una hora de aquél excelso diálogo, y de haber bebido un café nuevo —esta vez caliente—, debí irme. Con una sincera disculpa interrumpí la conversación y me paré de la silla. Me sentí un poco desilusionado porque al hacerlo ella volvió a su aparente falta de interés en todo lo demás. ¿Será que luego de tanta cháchara no le parecí interesante? 

Saludé a Mary, la camarera, dándole la propina que merecía, y me volví a devolver la silla a su sitio. Cuando subo la mirada la encuentro a mi lado mirándome fijamente; de haber sido otra persona quien hiciera eso, seguro me asustaría. 

—Llámame, me gustaría. — Me dice luego de darme su número en un pequeño papel lleno de café. Y luego procedió a darme un sutil beso en la mejilla.
—Lo haré. —Respondí nervioso y un poco atontado.

Nunca me esperé eso. ¡Qué muchacha tan misteriosa! Me atraía como nunca, y podría llegar a decir que incluso me gustaba. Salí de la tienda con una expresión de confusión y alegría. Desde algún lugar de la calle comenzó a sonar una canción que, convenientemente, era una de mis favoritas. La sonrisa que se escapó de mi cara luego de dar unos cuantos pasos era inigualable, la sensación que tenía en mi cuerpo variaba entre una satisfacción sublime, un nerviosismo que no supe entender y, por supuesto, las mariposas.

De repente todo parece desplomarse y empieza a ponerse oscuro. Ya no siento nada de lo que sentía, ahora siento preocupación. Y mi cuerpo me pesa. ¿Qué está pasando?

Golpeo la alarma con todas mis fuerzas. Creo que ya esa canción no será una de las que más me agraden, al menos por un buen tiempo. Mi estómago está revuelto y mi mente destruida por la ilusión que ella misma creó, y hoy debo caminar con ese peso en mi mente. Debo terminar de despertar, pues mi día apenas comienza.

Qué hermosa aquella figura inexistente. 
Extraño un par de ojos que no brillan, un perfume que no huele y una boca que no siente.

viernes, 6 de junio de 2014

El violín

Han pasado varias semanas desde que mi violín se movió por última vez de su elegante, pero relegado descanso. Aún no logro divisar si ha recibido algún daño, pues las largas y furtivas miradas que ocasionalmente dirijo hacia él son como pesas, una encima de otra.

Él ha sido más que un simple instrumento, ha sido un transbordador al espacio y a la vez ha sido el mismísimo Virgilio, listo para darme un tour del infierno con lujo de detalles. Cada vez que lo miro mi mente desafía toda ley física y viaja en el tiempo en un abrir y cerrar de ojos, me traslada de nuevo a un pasado en el que más nunca podré estar desorientado; sé todos y cada uno de los desenlaces, y ya no habrá nuevos. 

Y ha pasado mucho tiempo desde que te fuiste, las melodías que, sin que yo pueda evitarlo, resuenan en mi cabeza me dejan un sabor a tu boca, la gastada madera de mi Violín me recuerdan vagamente a tus marrones ojos, lleno de tan perfectas formas que hacían que mi corazón ya no bombeara sangre, sino miel. Y las cuerdas, que una vez deslizaban vibraciones entre la bruma, me recuerdan a tu voz. 

¡Oh! Cómo aclaraba el ambiente tu voz, convertía mi mente en un apacible manojo de pensamientos, y le daba paz a mi respiración, con una inaudible melodía acompañada de ritmos en una clave desconocida, la del amor.

Hoy hace un lindo día afuera. Aún en tu lecho de muerte quisiste para mí lo mejor, como si tú no merecieras nada. Me dijiste que fuera feliz... Eso trato, créeme.  Conocí a una hermosa mujer hace una semana, con un temple agradable y un sentido del humor que le quita algunos matices de gris a mis días. Me recuerda vagamente a ti, sin embargo mi mirada permanece inexpresiva frente a mi deseo de sentir.

Desde que te fuiste, no siento, ya no uso mi franela azul; no quiero sentir.

Sin embargo, algo en estos últimos meses me ha hecho querer desempolvar mi otra extremidad, mi pedazo de alma. No ha emitido una melodía en cuatro años exactos.

No recordaba lo que se sentía acercarse a tu violín, y no imaginaba cómo me haría reaccionar hacer éso mismo luego de tantos años, y tantos recuerdos, endulzados con el manto del tiempo, y destruidos bajo la frívola mirada de la ausencia. Me quedo observando callado, sin ninguna expresión en mi rostro. Pareciese que en cualquier momento la estructura de madera tallada a mano explotaría en mil pedazos, y quinientos se quedarían en mi cuerpo.

A la hora que me decido sostenerlo la oscuridad ya ha invadido el ambiente, sinceramente me da igual. 

Nada se olvida, excepto por la grandeza que se siente al sostener tu instrumento. Sostienes tu alma con tus manos, y la manipulas para fabricar sublimes melodías que se confunden con el cantar de un ángel. Antes, tocar me sabía a nada, y esa nada tenía sabor a gloria. Llegaste, y junto a aquella estela llena de polvo de diamantes y aroma a flores, dejaste a tu paso una pasión desviada: tocar mi instrumento ya no era una emoción insípida, pero extraordinaria. Ahora era igual a ti, era hermoso.

Y una imagen, tu imagen, se planta en frente de mí, tan real como nunca. ¿Por qué no me sorprende? Veo tu calmada sonrisa y tu atenta mirada hacia mi ejecución y, aunque estoy consciente de que te habías ido hace mucho tiempo, sigo tocando, observo tus pupilas dilatarse al ritmo de los escalofríos de placer que te causan aquellas notas que desprendo. 

Por un momento que parece eterno tú eres mi tiempo; eres esa belleza que sale de las caricias que el arco le hace a las cuerdas; ahora cada sonido, cada vibración retumba y sólo escucho tu nombre. Te has convertido en la música. El universo entero y todas sus estrellas no se comparan con lo infinito que me siento aquí, rodeado entre notas finamente ejecutadas, lo soy todo, y no soy nada a la vez. Soy una energía vagando por el espacio con tu mano entre mis manos, tu rostro en mis ojos, y tu sonrisa en mi sonrisa.

Tú eres mi violín, tú eres la música, eso es mi alma.
Tú, mi amor, haces del aire una melodía que sostiene lo único que me queda: mi vida, así seas ahora sólo un dulce recuerdo.

Me doy cuenta de algo que nunca se pasó por mi destruida mente: ya no puedo dejarte ir, formas parte de mí y yo te pertenezco, siempre lo hice. Debo guardarte conmigo, llevarte colgada de mi cuello, tenerte reflejada en el rincón más hermoso de mis ojos y seguir adelante, contigo. Aún queda espacio en mi corazón, el cual llenaste, pero también agrandaste inmensamente. 

¿Dónde está mi franela azul?

sábado, 31 de mayo de 2014

El abrazo (Instrucciones)

Convierte tus dolores en voluntad, tus tristezas en alas y tus rabias en fuerzas para correr.

Corre hacia ella.

Mira esos dos pequeños planetas verdes que parecen un portal hacia otro mundo; uno maravilloso y diferente, lleno de hermosos misterios. Obsérvala, y deslízate en su alma, descubre poco a poco sus sentimientos, junto a los tuyos. Que se miren cara a cara, inexpresivos, pero admirándose el uno al otro.

Sé que sientes dolor; ya no tienes que hacerlo.

Rodéala con los mismos brazos que una vez fueron el curso de un río de lágrimas, con tus ojos y tu rostro escondiéndose detrás. Apoya tu frente sobre sus hombros. Siente su olor y como recorre cada fibra de tu ser, como se combina con tu sangre y en ese momento se vuelven uno sólo. Déjate ir, por un momento. Déjate caer, que ella te sostendrá. Tenlo por seguro.

Y si te alejas de sus hombros, que sea para pasar a su cara. Dirige aquella mirada que sólo puede salir del único rincón iluminado de tu alma hacia sus ojos, deja que salga. Besa su mejilla, y tatúa una obra de arte en su rostro, como si tus labios ahora poseyeran todo tu ser y todos tus sentimientos y los convirtieran en tinta. Acaríciale el cabello, que tu mano se deslice entre los finos mechones, cayendo hacia la infinidad. Hazle el amor de la manera más pura. No desnudes tu cuerpo, sino tu espíritu. 

Ahora aléjate. O al menos tu cuerpo eso hará, porque el verdadero tú, ahora le pertenece.
Y está en buenas manos.

viernes, 30 de mayo de 2014

El depósito de sonrisas.

Hoy entrarás al depósito de sonrisas. Abrígate, pues hace frío.
Éste es nuestro humilde lugar de trabajo, donde el lema de todos nosotros es: «no sé cómo, pero lo hago»; y lo hacemos. No miento. 

Las sonrisas falsas, las sonrisas de tristeza, las sonrisas sin decoraciones, las sonrisas que destruyen a quien las proyecta, y también las que en algo le ayudan. Son todas de segunda mano, no te emociones; se usan sin realmente poseer un sólo sentimiento que lo evoque, o al menos uno verdadero. Están aquí guardadas para cuando se necesiten, se despachan al destinatario, sin más.

Creo que ni ellas mismas saben lo que hacen. 


Mi jefe, en sus momentos de mejor humor, me ha contado el lugar oscuro a donde se dirigen aquellas sonrisas. Van a un matadero, me ha contado; simplemente se usan como relleno de una galleta sin sabor. Aunque un destino más noble también existe; han servido como máscaras y escudos. Han protegido niños con las piernas temblorosas y detenido a adultos sin una pizca de buena voluntad, como una celda de hierro y concreto. 

Toda cosa parece tener cierto honor en su interior, aunque sólo sea eso: una cosa. A esas sonrisas, cuyo propósito ya se ha desvanecido en el bosque del pasado, creo que les alegraría que yo esté diciendo estas cosas.

Han ayudado a su dueño, como si él les debiera algo. Han sido el clavo que hacía falta para que la estructura no cediera e hiciera un gran desorden. Han mantenido una gran edificación en pie unos vitales minutos. Han sido útiles.

Aquellas cosas de segunda mano también tienen un valor, a veces más que una nueva y reluciente.

Sin embargo, su lecho de muerte será siempre el mismo; están destinadas a un fin último junto a las malas caras, emociones sombrías y sufrimientos que forman un vertedero oscuro rodeado de tinieblas. Terminará mezclada con todos ellos y apagándose al igual que los demás, pero quienes las fabrican seguramente han hecho un buen trabajo, eso es innegable.

Se han apagado, han quedado recluidas sin vida, muertas; pero nunca pierden su forma, pues ahí siguen, animando lo que iluminan, incluso estando apagadas. Siendo lo que mejor son:

Sonrisas.

Un alma revuelta, una suave escultura.

Hay ojos que esconden una mente perturbada tras ellos. Hay miradas que reflejan la pureza del alma.
Todo es hermoso, a su propio modo: las tristes bellezas, las bellezas llenas de felicidad, y las trágicas.

Como siempre, ella despierta en el día que se debería llamar «mañana», sin embargo, el tiempo parece paralizarse a su alrededor. Sus problemas no se van, corren en círculos.

Aquellos horribles pensamientos, capaces de cocinar lágrimas con sabor a sentimientos, se han extinguido. O al menos eso piensa; las brasas pueden volver a provocar un incendio, pero por ahora el viento ha cesado, todo está calmado; tiene que estarlo, tiene que parar, al menos por un momento.

En medio de esa tranquilidad la rutina se hace cargo de su vida. Ha dejado atrás aquella almohada impregnada del olor de llantos desvanecidos entre pensamientos. Ahora, el espejo frente a ella, como un disparo a la columna, la paraliza. Su cara está reflejada en él; la evidencia de la catástrofe, pues, aunque las lágrimas se han hecho cargo de limpiar su interior, han dejado algo de desorden en sus ojos. Ésto no será fácil. 

Las inseguridades son monstruos. Y si aún no lo compruebas, pregúntale a ella. Te visitan cuando menos lo esperas, o peor, cuando menos lo necesitas. Parecen tener el poder irrevocable de hacerte creer que la belleza no reside en tu ser; ni una pizca de ello, incluso cuando tu alma, tu rostro, y tu personalidad son una obra de arte viviente.

Tienen malas intenciones, así que no les creas.

Pero ella es fuerte. Siempre lo ha sido. Una bella persona no puede andar por la vida, rodeada como está de tan horribles seres, sin recibir algunos golpes. Ella ha recibido todos y cada uno de ellos, y aquí está, parada, mirando sus propios ojos, admirando la pureza que, por ahora, parece estar escondida, o a flor de piel. Todo depende.

¿Acaso son puras las almas que están llenas de pasiones revueltas?
Creo que la pureza es eso mismo.

La parte más hermosa de todas, de cada pieza de ese rompecabezas enigmático que es ella, es la capacidad de sonreír incluso cuando su cuerpo se estremece por los sentimientos y su fuego interior se atenúa. Es la capacidad de hacer fluir algún combustible por todo su cuerpo y avivarlo de un momento a otro. Aquellos remanentes de felicidad relucen, a la vista de los demás y sin ningún tipo de penas. De la inexistencia nace una luz tan hermosa como pura es el alma de un niño, e ilumina la supuesta oscuridad de quienes viven al lado de un gran reflector.


Qué ironía.
Quienes más sufren por dentro, más brillan por fuera.

Y apreciar la felicidad es la mejor capacidad del ser humano.


Qué hermosa es ella, incluso sin que se dé cuenta.
Incluso cuando el dolor invade su cuerpo.
Incluso con las lágrimas recorriendo su cara.

Porque un abrazo puede detener el tiempo, y hacerla feliz. 
Porque no se necesitan cosas elegantes para hacerla vivir.
Porque quien sepa entrar a su mundo, lo tiene ganado. 
Quien gane su mundo, puede repararlo.

Y lo simple, es lo más hermoso.