viernes, 6 de junio de 2014

El violín

Han pasado varias semanas desde que mi violín se movió por última vez de su elegante, pero relegado descanso. Aún no logro divisar si ha recibido algún daño, pues las largas y furtivas miradas que ocasionalmente dirijo hacia él son como pesas, una encima de otra.

Él ha sido más que un simple instrumento, ha sido un transbordador al espacio y a la vez ha sido el mismísimo Virgilio, listo para darme un tour del infierno con lujo de detalles. Cada vez que lo miro mi mente desafía toda ley física y viaja en el tiempo en un abrir y cerrar de ojos, me traslada de nuevo a un pasado en el que más nunca podré estar desorientado; sé todos y cada uno de los desenlaces, y ya no habrá nuevos. 

Y ha pasado mucho tiempo desde que te fuiste, las melodías que, sin que yo pueda evitarlo, resuenan en mi cabeza me dejan un sabor a tu boca, la gastada madera de mi Violín me recuerdan vagamente a tus marrones ojos, lleno de tan perfectas formas que hacían que mi corazón ya no bombeara sangre, sino miel. Y las cuerdas, que una vez deslizaban vibraciones entre la bruma, me recuerdan a tu voz. 

¡Oh! Cómo aclaraba el ambiente tu voz, convertía mi mente en un apacible manojo de pensamientos, y le daba paz a mi respiración, con una inaudible melodía acompañada de ritmos en una clave desconocida, la del amor.

Hoy hace un lindo día afuera. Aún en tu lecho de muerte quisiste para mí lo mejor, como si tú no merecieras nada. Me dijiste que fuera feliz... Eso trato, créeme.  Conocí a una hermosa mujer hace una semana, con un temple agradable y un sentido del humor que le quita algunos matices de gris a mis días. Me recuerda vagamente a ti, sin embargo mi mirada permanece inexpresiva frente a mi deseo de sentir.

Desde que te fuiste, no siento, ya no uso mi franela azul; no quiero sentir.

Sin embargo, algo en estos últimos meses me ha hecho querer desempolvar mi otra extremidad, mi pedazo de alma. No ha emitido una melodía en cuatro años exactos.

No recordaba lo que se sentía acercarse a tu violín, y no imaginaba cómo me haría reaccionar hacer éso mismo luego de tantos años, y tantos recuerdos, endulzados con el manto del tiempo, y destruidos bajo la frívola mirada de la ausencia. Me quedo observando callado, sin ninguna expresión en mi rostro. Pareciese que en cualquier momento la estructura de madera tallada a mano explotaría en mil pedazos, y quinientos se quedarían en mi cuerpo.

A la hora que me decido sostenerlo la oscuridad ya ha invadido el ambiente, sinceramente me da igual. 

Nada se olvida, excepto por la grandeza que se siente al sostener tu instrumento. Sostienes tu alma con tus manos, y la manipulas para fabricar sublimes melodías que se confunden con el cantar de un ángel. Antes, tocar me sabía a nada, y esa nada tenía sabor a gloria. Llegaste, y junto a aquella estela llena de polvo de diamantes y aroma a flores, dejaste a tu paso una pasión desviada: tocar mi instrumento ya no era una emoción insípida, pero extraordinaria. Ahora era igual a ti, era hermoso.

Y una imagen, tu imagen, se planta en frente de mí, tan real como nunca. ¿Por qué no me sorprende? Veo tu calmada sonrisa y tu atenta mirada hacia mi ejecución y, aunque estoy consciente de que te habías ido hace mucho tiempo, sigo tocando, observo tus pupilas dilatarse al ritmo de los escalofríos de placer que te causan aquellas notas que desprendo. 

Por un momento que parece eterno tú eres mi tiempo; eres esa belleza que sale de las caricias que el arco le hace a las cuerdas; ahora cada sonido, cada vibración retumba y sólo escucho tu nombre. Te has convertido en la música. El universo entero y todas sus estrellas no se comparan con lo infinito que me siento aquí, rodeado entre notas finamente ejecutadas, lo soy todo, y no soy nada a la vez. Soy una energía vagando por el espacio con tu mano entre mis manos, tu rostro en mis ojos, y tu sonrisa en mi sonrisa.

Tú eres mi violín, tú eres la música, eso es mi alma.
Tú, mi amor, haces del aire una melodía que sostiene lo único que me queda: mi vida, así seas ahora sólo un dulce recuerdo.

Me doy cuenta de algo que nunca se pasó por mi destruida mente: ya no puedo dejarte ir, formas parte de mí y yo te pertenezco, siempre lo hice. Debo guardarte conmigo, llevarte colgada de mi cuello, tenerte reflejada en el rincón más hermoso de mis ojos y seguir adelante, contigo. Aún queda espacio en mi corazón, el cual llenaste, pero también agrandaste inmensamente. 

¿Dónde está mi franela azul?

No hay comentarios:

Publicar un comentario