Hacían quinientos años desde el último vestigio de luz que intentó tocar su piel, y ahora su piel sufre si se ilumina, como quien ama al sol, pero teme quemarse. Demasiadas personas se colocan de por medio, entramándose en una pared tan gruesa como aquél deseo. Las falsas luces hacen su estelar aparición. Las falsas lucen le han dejado cicatrices.
Si quieres ataja su mirada. Está danzando por ahí. Lo podrás ver dentro de sí mismo. Lleno de risas. Lleno de felicidades dolorosas. Lo podrás ver agachado, pequeño, aterrado, pero con tan fuertes brazos capaces de soportar la cúpula que él mismo ha construido.
Aunque los ojos parezcan una mancha impenetrable, es aquella negrura la más experimentada en absorber cada detalle; sortearlo, admirarlo.
Son los lunares la muestra más perfecta de que una obra de arte es capaz de dibujarse en el cuerpo.
El lunar propio, y el lunar desconocido.
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