viernes, 30 de mayo de 2014

El depósito de sonrisas.

Hoy entrarás al depósito de sonrisas. Abrígate, pues hace frío.
Éste es nuestro humilde lugar de trabajo, donde el lema de todos nosotros es: «no sé cómo, pero lo hago»; y lo hacemos. No miento. 

Las sonrisas falsas, las sonrisas de tristeza, las sonrisas sin decoraciones, las sonrisas que destruyen a quien las proyecta, y también las que en algo le ayudan. Son todas de segunda mano, no te emociones; se usan sin realmente poseer un sólo sentimiento que lo evoque, o al menos uno verdadero. Están aquí guardadas para cuando se necesiten, se despachan al destinatario, sin más.

Creo que ni ellas mismas saben lo que hacen. 


Mi jefe, en sus momentos de mejor humor, me ha contado el lugar oscuro a donde se dirigen aquellas sonrisas. Van a un matadero, me ha contado; simplemente se usan como relleno de una galleta sin sabor. Aunque un destino más noble también existe; han servido como máscaras y escudos. Han protegido niños con las piernas temblorosas y detenido a adultos sin una pizca de buena voluntad, como una celda de hierro y concreto. 

Toda cosa parece tener cierto honor en su interior, aunque sólo sea eso: una cosa. A esas sonrisas, cuyo propósito ya se ha desvanecido en el bosque del pasado, creo que les alegraría que yo esté diciendo estas cosas.

Han ayudado a su dueño, como si él les debiera algo. Han sido el clavo que hacía falta para que la estructura no cediera e hiciera un gran desorden. Han mantenido una gran edificación en pie unos vitales minutos. Han sido útiles.

Aquellas cosas de segunda mano también tienen un valor, a veces más que una nueva y reluciente.

Sin embargo, su lecho de muerte será siempre el mismo; están destinadas a un fin último junto a las malas caras, emociones sombrías y sufrimientos que forman un vertedero oscuro rodeado de tinieblas. Terminará mezclada con todos ellos y apagándose al igual que los demás, pero quienes las fabrican seguramente han hecho un buen trabajo, eso es innegable.

Se han apagado, han quedado recluidas sin vida, muertas; pero nunca pierden su forma, pues ahí siguen, animando lo que iluminan, incluso estando apagadas. Siendo lo que mejor son:

Sonrisas.

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