Todo ha empezado a moverse más despacio. Las nubes, las miradas, el sol, el corazón. Desde aquél momento toda señal de vida se volvió, sin remedio y a mis ojos, más lenta, y ahora me esfuerzo en intentar reconocer si yo terminé paralizado o simplemente viajo más deprisa que todo lo que me rodea; perdiendo detalles y pasando de largo minas de oro.
No sé cuándo ocurrió, aunque tal vez sí sepa cómo. De todas maneras cualquier intento de describirlo saldría torpe e inentendible como quiera expresarlo. Mi actuar se convirtió, mayormente, en desastrosa meditación, en la que la relajación no formaba parte del esquema, sino que el revolvimiento de aguas ya turbias tomaba su lugar. El restante, debe ser empleado para vivir. Veo el anochecer con temor, indefenso ante lo que puede traer, y veo el amanecer turbado, con bolsas en mis ojos, y el sonido de una ciudad que despierta pasándose por mis oídos.
No sé qué pensar, pero pienso.
Y ya no sé cómo vivir, pero vivo.
En las calles me entretengo con sátiras de mí mismo. A quien veo pasar lo percibo como un cascarón, sólo son apariencias sin mucho dentro; su esencia ha de quedar guardada, debe descansar y regenerarse. El incesante fluir de gente y automóviles no le da abasto a mi mente, y por un momento se calla. Por fin..., Un ruido por otro.
Dentro de mí me siento en tierras lejanas. La música se escucha débil en la distancia, suprimida por el tumulto en las fronteras, las palabras se deshacen entre inseguridades y el apetito se aleja ante un malestar que inunda. Esto parece llevar una eternidad así; tierras áridas, inactividad desde su nacimiento. Todo indica que sufro de amnesia, no recuerdo, o no me recuerdo, incluso reviviendo el suceso.
Pero entre fortuitos momentos de lucidez me veo como soy, demacrado y deshecho. Ante mí se presenta la imagen de mi rostro, sin decoro, y escondido entre arrugas y expresiones malogradas aún permanecen señales de esperanza; señales del pasado. También, aunque mi cuerpo se reúna alrededor de mi pecho, roto y cercenado, algo de futuro, inquebrantable en su terquedad de ser omnipresente, encuentra su lugar en la escena para encargarse de parar mi caída.
Al menos momentáneamente.
El calor del cuerpo combatir contra el frío de la noche; los pies acomodándose en el suelo y las vibraciones del aire esparciéndose luego del impacto con la piel siempre harán de recordatorio de vida; es lo mágico de la existencia. Sin embargo la pérdida ha hecho de las suyas. Cruelmente, ante su repentina ausencia, poco a poco me he dado cuenta del valor de los sentidos, y aquél sentimiento de vigor quedó vagamente reservado para la memoria. Sigo balanceándome entre el extravío y la incómoda realidad. A veces soy un ser humano, y otras el remanente de un choque... Y es que hasta este momento, donde no siento más que dolor y mis huesos ceden ante la carga en mis hombros, sólo he caído. Luego de ese instante en el que el sol se paralizó y la noche se hizo eterna he intentado echar a andar mil veces, y mil y un veces he tropezado.
Me observé a mí mismo caminar hasta aquí, como si no tuviese control de mis actos, pasados segundos que hacían de horas. He pensado en mis actos y he pensado en mis emociones, y ninguna se acopla con la otra. He sido un desastre. ¿De verdad hacía falta llegar hasta este momento? Aquí estoy tirado en el piso, disuelto en lágrimas y quebrado en tristeza, dramatizando mi caída final. Ya no quiero continuar así, pero no tengo una pista de cómo levantarme. Estoy reducido a nada. Soy nada.
¿Lo soy?
La ironía es la protagonista ahora: la respuesta se muestra ante uno cuando parece que no puede más, y lo obliga a darse cuenta de que puede con todo, sin protestar. No sé decir con certeza, tal y como ocurrió este temporal declive de mi existencia, cuándo ni cómo llegó a mí la calma y la sensación de vida, pero simplemente lo hizo, algunos días más rápido que otros. El momento crucial y determinante es al poder saber, finalmente, qué quedó luego del accidente y, en lo que a mí respecta, donde estoy sólo quedan mis huesos rotos y el vacío de mi alma.
Yo... Yo quedé donde el mundo se detuvo, y allá debo regresar, y hacerlo moverse.
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