Ahora que lo pienso, no hay un día nublado, gris, que se me haya atravesado sin que yo lo admirara. No ha habido nube que vea y, de una u otra manera, poetice. Son ellas las que están en el medio de todo; guerreras capaces de desafiar al sol. En un viaje sin fin se encuentran revolviendo el cielo y haciéndolo una obra de arte; más de lo que ya es.
Al menos así lo ha sido desde que aquél viento frío en un ambiente de luces tenues y repetitivo tronar dejó de asustarme. Las tormentas solían aterrarme. De niño me quedaba de cuclillas llorando por el inminente peligro que una lluvia representaba para mí, tal vez sin razón alguna. Las tormentas me paralizaban, haciendo de mí un pequeño saco inútil de huesos y carne que se acomodaba a los brazos de su madre. Ahora los diluvios, a mis ojos, poseen una belleza que muy pocas cosas pueden igualar; aquél rugir del viento, la tempestad imparable, el frío y la aparente oscuridad, todas se unen para dibujar en un lienzo en blanco una escena de lo que muchos llamarían depresión, y en la que yo, paradójicamente, encuentro vida.
Ya no sólo son parte del clima, ahora mi mente también se ha rodeado de ellas.
Tal como a los huracanes se les da nombres de personas, yo podría darle nombre a las tormentas que hay en mi mente. Inundaciones de dudas, miedos que truenan, viento que derriba la débil estructura que me sostiene. Conozco bien cada una de las tempestades que día a día se ocupan de revolver mi mente: cada nube, cada trueno, cada gota ha sido estudiada, aunque nunca cesen de sorprenderme.., y de herirme.
Y es en esos días grises en los que me pregunto, ¿soy el único que ve belleza en esa inminente destrucción? ¿Soy el único que se hace la imagen de la vida mientras la muerte desfila enfrente de mí? La paradójica inmensidad de aquél encierro de nubes se hace aún más grande conforme la analizo, y cada vez me siento más pequeño. Aún quiero pensar que aquél montón de virtudes no se las veo sólo yo, como quisiese pensar que el espejo no miente, pues a veces así lo parece. Quisiera pensar que no estoy loco y que aquellas tormentas mentales no son una pérdida, que no soy el anfitrión de ese escenario de guerra.
Tal vez, sólo tal vez, las nubes se han vuelto tan encantadoras que nosotros, los espectadores, no apartamos la mirada de ellas.
Al menos así lo ha sido desde que aquél viento frío en un ambiente de luces tenues y repetitivo tronar dejó de asustarme. Las tormentas solían aterrarme. De niño me quedaba de cuclillas llorando por el inminente peligro que una lluvia representaba para mí, tal vez sin razón alguna. Las tormentas me paralizaban, haciendo de mí un pequeño saco inútil de huesos y carne que se acomodaba a los brazos de su madre. Ahora los diluvios, a mis ojos, poseen una belleza que muy pocas cosas pueden igualar; aquél rugir del viento, la tempestad imparable, el frío y la aparente oscuridad, todas se unen para dibujar en un lienzo en blanco una escena de lo que muchos llamarían depresión, y en la que yo, paradójicamente, encuentro vida.
Ya no sólo son parte del clima, ahora mi mente también se ha rodeado de ellas.
Tal como a los huracanes se les da nombres de personas, yo podría darle nombre a las tormentas que hay en mi mente. Inundaciones de dudas, miedos que truenan, viento que derriba la débil estructura que me sostiene. Conozco bien cada una de las tempestades que día a día se ocupan de revolver mi mente: cada nube, cada trueno, cada gota ha sido estudiada, aunque nunca cesen de sorprenderme.., y de herirme.
Y es en esos días grises en los que me pregunto, ¿soy el único que ve belleza en esa inminente destrucción? ¿Soy el único que se hace la imagen de la vida mientras la muerte desfila enfrente de mí? La paradójica inmensidad de aquél encierro de nubes se hace aún más grande conforme la analizo, y cada vez me siento más pequeño. Aún quiero pensar que aquél montón de virtudes no se las veo sólo yo, como quisiese pensar que el espejo no miente, pues a veces así lo parece. Quisiera pensar que no estoy loco y que aquellas tormentas mentales no son una pérdida, que no soy el anfitrión de ese escenario de guerra.
Tal vez, sólo tal vez, las nubes se han vuelto tan encantadoras que nosotros, los espectadores, no apartamos la mirada de ellas.
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