Convierte tus dolores en voluntad, tus tristezas en alas y tus rabias en fuerzas para correr.
Corre hacia ella.
Mira esos dos pequeños planetas verdes que parecen un portal hacia otro mundo; uno maravilloso y diferente, lleno de hermosos misterios. Obsérvala, y deslízate en su alma, descubre poco a poco sus sentimientos, junto a los tuyos. Que se miren cara a cara, inexpresivos, pero admirándose el uno al otro.
Sé que sientes dolor; ya no tienes que hacerlo.
Rodéala con los mismos brazos que una vez fueron el curso de un río de lágrimas, con tus ojos y tu rostro escondiéndose detrás. Apoya tu frente sobre sus hombros. Siente su olor y como recorre cada fibra de tu ser, como se combina con tu sangre y en ese momento se vuelven uno sólo. Déjate ir, por un momento. Déjate caer, que ella te sostendrá. Tenlo por seguro.
Y si te alejas de sus hombros, que sea para pasar a su cara. Dirige aquella mirada que sólo puede salir del único rincón iluminado de tu alma hacia sus ojos, deja que salga. Besa su mejilla, y tatúa una obra de arte en su rostro, como si tus labios ahora poseyeran todo tu ser y todos tus sentimientos y los convirtieran en tinta. Acaríciale el cabello, que tu mano se deslice entre los finos mechones, cayendo hacia la infinidad. Hazle el amor de la manera más pura. No desnudes tu cuerpo, sino tu espíritu.
Ahora aléjate. O al menos tu cuerpo eso hará, porque el verdadero tú, ahora le pertenece.
Y está en buenas manos.