Hoy pude dormir en mi cama.
Volvió a ser la almohada que siempre he usado, la manta con el olor a detergente de limón, las sábanas azules y la inconforme silueta de mi cuerpo marcada en el colchón. Ya no son tierras desconocidas, donde mis sueños corren peligro. Más bien, ahora puedo sentirme en casa; la oscuridad como mis paredes, mis pensamientos como techo.
Suelo pensar cada vez que me acuesto a dormir, y es lo más parecido a ser asediado por un ejército justo cuando tu imperio se derrumba desde dentro. Suelo volverme consciente de aquella falta de luz, de una nada, mientras miro hacia arriba, y poco a poco me deshago de cualquier amarra. Escribo notas mentales y, debo admitirlo, a veces se quedan ahí por mucho tiempo sin ser observadas.
Pero bien, uno de los pocos momentos en el que se es verdaderamente libre es cuando, sin esfuerzo, la mente se explora y se acomoda a sí misma.
El ser humano es capaz de reconstruirse de una forma asombrosa, y es algo que no logro comprender por completo; no llego más allá que decir "pues, sobrevivir es nuestro instinto, ¿no?", y tal vez esté en lo correcto. He visto espaldas tan dobladas por el peso que cargan que se asemejan a una tabla a punto de romper, pero nunca ocurre. Nunca veo astillas. Unas semanas más tarde vuelven a yacer erguidas sobre las piernas y bajo la cabeza de alguien. Sobrevivieron.
Repito, es asombroso.
Habían días en los que me preguntaba por qué escuchaba la mía resquebrajarse a cada momento, como un miserable pedazo de madera podrida bajo los pies de alguien. Como si no fuera humano ni me correspondiese vivir. Sentía toda la vida apoyada sobre mi sien y mis hombros, y detrás de mí, una voz comandándome que caminara. "No puedes parar. No puedes parar." Mis músculos se ataban unos con otros, mi rostro palidecía constantemente, mis pies se arrastraban en contra de mi voluntad... Podría seguir nombrando cosas por horas. De pronto mi hogar parecía ser otro, mis bolsillos estaban llenos de las pertenencias de un desconocido. Las caras de mis amigos y de mi esposa se desvanecían, y la rutina se volvía gris. Aún más gris.
De pronto, como si cada pieza terminara de desacomodarse, dejaba de pensar al acostarme en mi cama.
Tuve que llegar hasta ese punto. Caer con todo el ímpetu que me da la gravedad y sufrir el golpe, para saber lo insoportable que es el dolor y huir de él. No sé cómo ocurre; no sé cómo funciona aquél proceso de entalpía inconsciente que supone el reconstruirse uno mismo, pero sí me doy cuenta de que estamos en eso constantemente. Lo hacen ellos, los sobrevivientes, y lo hago yo, otro más.
Somos un cliché andante. "Tocar fondo para poder subir..."
Damos risa.
Insisto, no sé cómo demonios pasó, ni confío en que ya acabó ese ciclo; tal vez sea sólo el comienzo de algo aún peor.
Isabel duerme en su lado del colchón mientras coloco el despertador a las 7:30 AM. La luna está por ahí, deseando ser vista, pero oculta por las nubes, que conservan el frío de la noche a nuestro alrededor. El silencio es interrumpido por el zumbido de la autopista a lo lejos, pero no lo suficiente como para desmoronar la paz que reinaba. Rodeo a mi esposa con mis brazos. Insisto en acompañarla en su plácido sueño.
Y bien, hoy pude reconocer el olor de su cabello, otra vez.
Hoy pude dormir en mi cama.
Me ha encantado leer algunos tus escritos, esplendidos, tienes un control sobre las palabras que uniéndolas transmites emociones. Espero leer nuevas cosas...
ResponderEliminar