Sin duda el escrito más oscuro que he escrito. Mi imaginación no trabajó lo suficiente como para detallar mucho la historia. Creo que es más el estado emocional del protagonista hecha párrafos. De cualquier modo, aquí va:
Veinticinco días han pasado, y mi cama ha tenido una vida más interesante que la mía en ese tiempo, aunque sólo sostenga a un ser miserable. Un pequeño vestigio de luz se cuela entre las cortinas, y ya es suficiente para molestarme. La habitación sufre el taladrar de la oscuridad y el alcohol evaporado parece formar una nube invisible y densa que atrapa cada pensamiento racional que pueda provenir de mi mente.
Sólo hace un mes mi vida parecía ser un ejemplo para otros.
Ahora mi cara es tan neutral como el color de mi existencia; como ese gris que me persigue.
Y tú, mi pequeña, eres la única capaz de quitármelo de encima, pero no quieres que eso pase. No te culpo. Sé que mi cara te repugna, me lo demuestra tu reacción cada vez que me acerco a ti.
No te culpo.
¿Cómo algo tan sencillo puede empujarte y hacerte caer desde la cima del mundo hasta el suelo, tal vez más allá?
Podrán decir lo que quieran. Cualquier palabra de apoyo será inútil. Fue mi culpa, y de más nadie. Esa sonrisa hermosa y su mirada tierna y sincera ahora se ha esfumado. El rugir caluroso de su alma amainó súbitamente, todo gracias a mí. Ahora sólo queda el frío, siluetado por las lágrimas que se deslizan por mi rostro.
Se ha ido. Logré que ella, quien desde su niñez no era más que un espléndido remolino de entusiasmo y alegría, me odiara. Su inexpresividad me acecha en cada esquina y temo que destruya su ser. Nos separan infinitos kilómetros de resentimiento acumulado y sazonado con las ansias de una nueva vida, lejos de mis abrazos, que sin yo saberlo se convirtieron en filosas cuchillas.
¿Qué hago para recuperarte? ¿Cómo sabrás lo inmensamente arrepentido que me siento sin que estés en mi mente y cuando, cada vez que me acerco, corres en dirección contraria a mí?
Nada de ésto logrará su objetivo, ya lo creo, o al menos eso es lo que me dice el único espectador de mi desgracia. De a momentos me ha parecido que me habla, rompiendo el silencio de su penetrante mirada, sólo para empujarme más abajo en el suelo; tan abajo que ni yo mismo me podré ver. Ya no te podré recuperar, y mi vida carece de sentido sabiendo que no me amas como antes lo hacías; como cuando pronunciabas la frase «te amo» torpemente, sin saber qué significaba y con una sonrisa adorable dibujada en tu rostro.
Te destruí y en el proceso me hice pedazos. ¿O fue al revés?
Sólo sé que con el silente espía de mi decaimiento clavado en mi estómago, por fin dejaré de escuchar. Ni mi llanto ni mis pensamientos resonarán.
Por fin, paz; trágica y deshonrosa, pero paz al fin.