Y así, me doy cuenta de que hay demasiadas almas en desahogos ahogados. Demasiados compañeros ausentes. Demasiadas padencias inentendidas, sin un sólo oído que capte sus aullidos. Demasiados sueños acechados por ánimas sin rostro, en cambio imágenes de nuestros profundos deseos. Permanecen ahí, buscando dónde pinchar, por ser lo que son: sueños. Nada más.
Los repudiamos y a la vez los queremos. Mucho.
Sueños que viven en nuestra mente y que, con sus acompañantes desgraciados, le pagan infortunadas visitas a nuestros ojos y corazón.
Una imagen de absurdos sobrecargados de importancia. Sólo nosotros conocemos nuestro desorden.